domingo, 10 de junio de 2012

Peligrosas negaciones

Ocurre pocas veces, pero cuando ocurre uno no puede evitar volver a asombrarse de los vericuetos insondables de la mente humana. ¿Hasta qué punto puede avanzar la negación de lo inevitable, de algo tan aterrador como natural, o sea, la muerte?
La admiración incondicional por personajes públicos, artistas sobre todo, pero también figuras de la política, lleva a mucha gente a la idolatría, peligrosa deformación del respeto y el cariño. A tal punto llega la enajenación que miles de personas llegan a negar la muerte de esos adorados íconos. Carlos Gardel, el inmortal, no lo es sólo por su talento, simpatía y carisma, sino también por el hecho de que durante muchísimos años después de su prematura muerte en un accidente aéreo en Medellín, se tejió la leyenda de una supuesta existencia clandestina con el rostro desfigurado y se llegó a decir que había sobrevivido al siniestro pero que había perdido la voz, y por eso vivía oculto y apartado del mundo. Elvis Presley también fue visto vivito y coleando en varios estados de la Unión y en otras latitudes. Los millones de admiradores del rebelde sin causa por excelencia, James Dean, que tuvo una muerte trágica a los 23 años, allá por 1955, en un accidente automovilístico, montado en un coche de carrera que le servía como desahogo de sus múltiples crisis, no vacilaron en negar su muerte y afirmar que seguía vivo.
Estos casos son una expresión admirativa de artistas que representaban cosas entrañables para la generación de sus contemporáneos y que lograron calar muy hondo en la sensibilidad del pueblo. Una de las cosas más inexplicables, pero al mismo tiempo más corrientes que la psiquis desarrolla, es la negación de lo doloroso y de lo que nos lastima el alma.
Nos pasa con la desaparición de nuestros seres más queridos, con esos irreemplazables que son un pedazo de nuestras vidas y que nunca desaparecen del todo porque los evocamos en cada alegría y en cada pena; ellos siguen existiendo en nuestro corazón, pero no llegamos, si conservamos un mínimo equilibrio, a creer que están físicamente vivos. A veces el dolor es tan insoportable que acudimos a médiums y espiritistas para comunicarnos con ellos, y la mesa de tres patas en un salón oscuro junto con la copita mágica que escribe mensajes del otro mundo nos hacen estremecer. Si eso nos consuela, no está mal, pero en algún momento la reflexión y el sentido común nos harán entender que debemos aceptar que todo lo que nace muere y que la mejor manera de homenajear a los que parten es no olvidarlos jamás y hablar de ellos cada vez que la ocasión sea propicia, para volver a reír con los momentos felices y a emocionarnos con los otros recuerdos.
Lo que resulta más tremendo es la negación de la muerte de personas que han hecho daño a millones, como Adolf Hitler, cuya muerte fue negada no sólo por sus fanáticos sino por algunas de sus víctimas sobrevivientes. El terror ha sido tan grande que la sensación de que el mal sobrevive cuanto mayor haya sido domina la mente perturbada de algunos de los que han sido arrastrados por la locura y la crueldad tiránica de los abusadores del poder.
Y es así como por amor, por miedo, por fanatismo, por admiración, por idolatría y por estupidez no sabemos aceptar que sólo la razón equilibrada y la sensata evaluación de todo lo que nos toque vivir nos puede llevar al buen puerto del aprendizaje de vida.
Decía el poeta: "Los muertos que vos matáis gozan de buena salud." Yo agrego modestamente que la buena salud es la que ordena nuestra mente para recordar lo bueno y lo malo, lo constructivo y lo destructivo, lo aberrante y lo maravilloso; recordar para siempre todo eso sin adulterar nuestra memoria
Enrique Pinti

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