martes, 13 de noviembre de 2012

Cartas de Lectores: ¿Cómo alertar? by Alesia Miguens

Cartas de Lectores: ¿Cómo alertar?

septiembre 3, 2012
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¿Cómo alertar que éstos no piensan irse nunca más, ni perdiendo las elecciones?
¡Dios!, ¿cómo alertar que estamos frente a una fundamentalista?!!!!!!!
Me he dedicado a los problemas de fundamentalismo por 20 años, pero jamás pensé que lo encontraría en Mi País.
La gente en estas latitudes no conoce y menos comprende de qué se trata el fundamentalismo.
El fundamentalismo es conocido como religioso pero no es el único; lo encontramos en ámbitos políticos, económicos y culturales.
Los fundamentalistas aspiran sobre todo a una cosa: ‘el poder absoluto, político, social y económico’.
Sea cual sea el Fundamentalismo antes que nada es “un estado mental”.
Veamos si les suena:
El fundamentalismo se basa en la INFALIBILIDAD o palabra santa, rencor, odio y respeto irrestricto que busca extender a toda la sociedad.
El fundamentalista tiene una “visión exclusiva de la verdad” es un ‘fanático’ que exige ‘obediencia ciega’ y considera a todo aquel fuera del círculo como ‘enemigo’.
El fundamentalista es un intransigente, la opinión, modo de vida, cultura y razones de los demás lo tienen sin cuidado.
El fundamentalista no razona, no dialoga y menos negocia!
Cualquier negociación es inadmisible, es una muestra de debilidad inaceptable.
El fundamentalista tiene horror del pluralismo
Cuando un postulado se torna incuestionable, pasa a ser totalitario aunque sea dogmático. El fundamentalista es totalitario.
El fundamentalista es intolerante y antidemocrático.
Sienten aversión por las premisas democráticas tales como la pluralidad, los valores de libertad personal, la tolerancia y los derechos individuales.
Uno de sus principales objetivos es separar antagónicamente a población en dos categorías excluyentes. practican la intimidación y el gansterismo.
Su base ideológica y sus métodos son “fascistas” demagógicos y populistas. La cuestión es imponer su verdad a cualquier precio.
Utilizan la retórica anticapitalista, consignas clasistas y por supuesto la infaltable verborrea “antiimperialista”.
Explotan la sensación de dominación extranjera, ofreciendo una solución sencilla y nacional: el aparato estatal.
Su arma es ‘‘el adoctrinamiento’’, instala la fe ciega y cegadora, una lealtad inquebrantable al líder absoluto y único que hay que proclamar, defender, implantar y proteger a toda costa.
El fundamentalista es un ‘sociópata’ sin la menor empatía.
El fundamentalismo es la Edad Media de la Razón, y allí nos lleva.
Promete paraísos perdidos. Proclaman volver a la interpretación “verdadera” de un pasado que estuvo siempre allí esperando ser redescubierto y valorado.
Es providencialista; de hecho, la clave del activismo es el ‘anatema’ o declaración de impío por el que se declara a una persona ‘falso creyente’ o falso kirchnerista.
Los fundamentalistas son feroces guerreros, tanto con los ‘enemigos’, como con quienes dentro de su propia comunidad dudan. Para ellos el mundo es un campo de batalla entre su absoluto y los demás. No retrocede jamás ni perdona una deslealtad.
Los ‘Infieles’ que se atrevan a enfrentarlo pasaran por diversas calamidades: escraches, denuncias y repudio público (y/o por cadena nacional semejantes a lapidaciones), implantación de sospechas en la opinión pública, creación de causas, persecución por todos los medios, prisión, torturas, desapariciones y, por supuesto, la confiscación de sus bienes.
Su máxima es ‘el fin justifica los medios’; cualquier horror será siempre justificado.
Son grandes manipuladores del discurso, los prejuicios, la discriminación, el miedo, la victimización y la mentira.
Dominan todo sector de poder. Uno de sus preferidos es el de las drogas, la delincuencia y corrupción generalizada, convirtiéndolos en verdaderos conglomerados mafiosos.
El aumento de la miseria social y el desempleo les da la posibilidad de reclutar amplias capas de jóvenes bajo su control y llevarlos a organizarse en base a la agitación diaria, el aumento de la criminalidad, el robo, las drogas, violaciones, asesinatos, secuestros, manifestaciones, revueltas, tomas, etc., y la participación en estas organizaciones les da acceso a armas, arsenales y entrenamiento.
El uso de técnicas y medios audiovisuales son parte indispensable en la maquinaria propagandística de los partidos fundamentalistas.
He tratado desde hace años de advertir por todos los medios a mi alcance el peligro que eso significaba. Me han dicho “exagerada, eso jamás pasara acá, no se atreverán, no lo permitiremos etc…” Recuerdo haber avisado también que estábamos no en una ‘batalla cultural’, sino en “una guerra de secesión ideológica”. Me preguntaron si el café lo tomaba con azúcar o sacarina… ¡Dios! ¿Qué hacer?
He avisado sobre los grupos armados y entrenados que tienen desde ya hace mucho, sobre el contrabando de armas desde Venezuela y Bolivia, sobre la conexión Iraní de D’Elía y los comandos paramilitares de Milagro Sala.
Ya salió a la luz Vatayón Militante, ¡y habrá más!
La Cámpora ha infectado el país, las empresas, las escuelas… y van por más.
¡Y la Tupac de Milagro Sala instaló un gobierno paralelo hace rato sin que nadie o muy pocos se escandalizaran!
Y VAN POR MÁS… ¡VAN POR TODO!
“VAMOS POR TODO, POR TODO” significa = TODO!!!!
¿Qué parte NO SE ENTIENDE?!!
VAMOS X TODO significa:
VAMOS por VOS,
por tu libertad
y la de tus hijos,
por tu dignidad
y la de tus hijos,
VAMOS hasta por decirte qué deberás comer y darle a tus hijos,
dónde veranear y qué pensar,
¡Y VAMOS por TUS BIENES TAMBIÉN!!! cuando y como se nos de la gana!
TODO ES “TODO” y en la mentalidad de un/a fundamentalista, todo es mucho más!!
Políticamente significa:
“QUE NO NOS VAMOS A IR, NI EN LA EVENTUALIDAD DE PERDER LAS ELECCIONES!!…” ¿Se entiende?
Por las buenas, con votos clientelistas, fraude, extranjeros, enfermos psiquiátricos, muertos, cambiando las leyes electorales, la publicidad, la Constitución, todo.
O por las malas: llega a ganar las elecciones alguien más y prepárense porque correrá sangre…
Todavía no me creen… De seguir así, ¡ya lo verán!
¡Basta de abstracciones! ¡Ésta es la realidad que enfrentamos!
Y la enfrentamos, la enfrentemos o no!
Esto no es un “concepto abstracto”.
No vamos hacia Venezuela, ¡YA ESTAMOS!
Y pongo mis 20 años de profesional en juego para asegurate que no piensan irse más, ¡ni perdiendo las elecciones!
¿Se ENTIENDE LO QUE SIGNIFICA?
Y seguimos padeciendo “dirigentes de la oposición” y “habitantes” declamar:
“Fulano es el límite…”
Eso es, de mínima, ¡COLABORACIONISMO!
Sépanlo de una vez y a ¡HACERSE CARGO!
¡El único límite ‘‘deben’’ ser los K!!!!!
O es la muerte de lo que queda de la República y de muchos de los disidentes que ya comenzaran a ir presos.
Todo está perfectamente planeado y premeditado.
El desastre económico,
El vaciamiento del Banco Central,
La inflación,
La desocupación,
La inseguridad,
La criminalidad,
El caos,
La cooptación de la educación,
de la Justicia,
de los medios,
de los sindicatos,
Los grupos armados,
La droga,
La delación,
La victimización,
La Reforma de la Constitución,
¡TODO es Deliberado y Premeditado!
Y mientras los cráneos declaman: “NO vamos a ir de cualquier manera… ni con cualquiera… Fulano es el límite… etc., ellos avanzan encantados.
Es difícil asumir que hay que hacer frente a lo irremediable, ¿verdad?
Pero si no lo hacemos YA…
Prepárense para lo que van a hacer cuando obliguen a tus hijos en el colegio a decir “¡Heil, mi generala!”
Cuando tu vecino te delate por anti KK.
Cuando te ocupen los cuartos vacíos de tu casa.
Cuando eso no les alcance y te saquen la casa.
Primero la segunda, después donde vivís, porque es muy grande para vos, porque está donde a ellos les gusta, o porque se les canta.
Para cuando te expropien tu campo, tu negocio, tu empresa, todo y se lo den a alguno de La Cámpora o de la Tupac.
Ya no podés viajar ni veranear donde querés en paz.
¡Y vas a tener que pedir permiso para salir, sabelo!
Tenés a la Afip-tapo atrás si te movés de más.
No podés comprar dólares, ni vender tu casa, ni comprar, ni ahorrar.
Prepárate para cuando no puedas conservar o conseguir trabajo si no sos de La Cámpora, de Vatayón, de la Tupac, o de algo más.
Es increíble que a pesar de la impunidad con la que hacen todo aún crean que se irán tranquilamente si se les ganan una elección…
¿Aún pensás que exagero? ¡Ya verás!
Ahora, ¿qué hacemos? ¿Cómo se combate el fundamentalismo?
Primero es necesario eliminar las causas que lo favorecen, desarrollando al máximo la unión y la tolerancia.
‘‘Dejar pasar’’ o ‘‘minimizar’’ actitudes totalitarias, fascistas, fundamentalistas, ‘‘constituye el más grave error que se pueda cometer’’!
Es imprescindible desenmascarar cada manipulación, actitud, acto y exceso que se cometa.
Decirlo claro para que el entendimiento de muchos, confundido y debilitado lo pueda ver y el mundo también.
No tratar de justificar ‘‘lo inaceptable’’.
Tenemos que entender que el problema no es sólo el kkismo, sino sobre todo nuestra propia rigidez mental.
Estamos frente a algo que no entendemos ni sabemos cómo manejar y nos resistimos a modificar nuestra visión de la realidad y por ende nuestro sistema de alianzas.
¿Cuándo se debe tolerar algo? Siempre que de NO hacerlo sea peor el remedio que la enfermedad’’.
Esto no es un problema de si estás o no de acuerdo con un partido o una política, el problema aquí es otro y requiere cirugía mayor.
Hay que definir claramente las prioridades y optar resueltamente por la unidad.
¡Debemos ponernos a la altura de la situación!
Si no, se termina tolerando la intolerancia y se es intolerante con quien deberíamos ser tolerantes.
Porque hoy hay sólo dos lados: ¡o estás con ellos o defendés la libertad!
La cuestión se reduce a “¿queremos un país fundamentalista sin libertades ni derechos individuales, o salvaremos juntos la democracia?”
Porque, como dijo Einstein, “Aquellos que tienen el privilegio de saber tienen obligación de actuar”.
A ver si lo digo claro:
Me temo que, de no tomar conciencia de esto en forma inminente, este proceso entrará en una etapa irreversible…
Que nuestros hijos no tengan que avergonzarse de nosotros que, habiendo podido tanto, nos atrevimos a tan poco.
¡Dios nos ampare!

Alesia Miguens
Dra. C. Política y R. Internacionales
Especialista en Conflictos Religiosos,
Medio Oriente, Terrorismo, Fundamentalismo,
Geopolítica y Estrategia.

Informadorpúblico.com

Impactante!
mucho queda en mí dando vueltas, es el miedo 
de tan solo pensar que así puede pasar, el horror!
Amo a mis hijos en libertad, a la patria
Amerita pensar ... re leerla... meditar y volver a pensar
entre todos debemos construir palabra cierta para
no permitir la barbarie
Mané




 


 

lunes, 12 de noviembre de 2012

Lanata PPT - 8N, el ninguneo oficial - Periodismo para Todos 11/11/2012


Sor Juana Inés de la Cruz

nació un 12 de Noviembre.

Detente, sombra de mi bien esquivo
imagen del hechizo que más quiero,
bella ilusión por quien alegre muero,
dulce ficción por quien penosa vivo.

Si al imán de tus gracias atractivo 
sirve mi pecho de obediente acero,
¿para qué me enamoras lisonjero,
si has de burlarme luego fugitivo?

Mas blasonar no puedes satisfecho
de que triunfa de mí tu tiranía;
que aunque dejas burlado el lazo estrecho

que tu forma fantástica ceñía,
poco importa burlar brazos y pecho
si te labra prisión mi fantasía.

 

domingo, 11 de noviembre de 2012

José Ingenieros- El hombre mediocre. Capítulo IV los caracteres mediocres


I. Hombres y sombras. - II. La domesticación de los mediocres. - III. La vanidad. - IV. La dignidad.


I. HOMBRES Y SOMBRAS

Desprovistos de alas y de penacho, los caracteres mediocres son incapaces de volar hasta una cumbre o de batirse contra un rebaño. Su vida es perpetua complicidad con la ajena. Son hueste mercenaria del primer hombre firme que sepa uncirlos a su yugo. Atraviesan el mundo cuidando su sombra e ignorando su personalidad. Nunca llegan a individualizarse: ignoran el placer de exclamar "yo soy", frente a los demás.

No existen solos. Su amorfa estructura los obliga a borrarse en una raza, en un pueblo, en un partido, en una secta, en una bandería: siempre a embadurnarse de otros. Apuntalan todas las doctrinas y prejuicios, consolidados a través de siglos. Así medran. Siguen el camino de las menores resistencias, nadando a favor de toda corriente y variando con ella; en su rodar aguas abajo no hay mérito: es simple incapacidad de nadar aguas arriba. Crecen porque saben adaptarse a la hipocresía social, como las lombrices a la entraña.

Son refractarios a todo gesto digno; le son hostiles. Conquistan honores y alcanzan "dignidades", en plural; han inventado el inconcebible plural del honor y de la dignidad, por definición singulares e inflexibles. Viven de los demás y para los demás: sombras de una grey, su existencia es el accesorio de focos que la proyectan. Carecen de luz, de arrojo, de fuego, de emoción. Todo es, en ellos, prestado. Los caracteres excelentes ascienden a la propia dignidad nadando contra todas las corrientes rebajadoras, cuyo reflujo resisten con tesón.

Frente a los otros se les reconoce de inmediato, nunca borrados por esa brumazón moral en que aquéllos se destiñen. Su personalidad es todo brillo y arista:

Firmeza y luz, como cristal de roca, breves palabras que sintetizan su definición perfecta. No la dieron mejor Teofrasto o Bruyére. Han creado su vida y servido un Ideal, perseverando en la ruta, sintiéndose dueños de sus acciones, templándose por grandes esfuerzos: seguros en sus creencias, leales a sus afectos. fieles a su palabra. Nunca se obstinan en el error, ni traicionan jamás a la verdad. Ignoran el impudor de la inconstancia y la insolencia de la ingratitud. Pujan contra los obstáculos y afrontan las dificultades.

Son respetuosos en la victoria y se dignifican en la derrota como si para ellos la belleza estuviera en la lid y no en su resultado. Siempre, invariablemente, ponen la mirada alto y lejos; tras lo actual fugitivo divisan un Ideal más respetable cuanto más distante. Estos optimates son contados; cada uno vive por un millón. Poseen una firme línea moral que les sirve de esqueleto o armadura. Son alguien. Su fisonomía es la propia y no puede ser de nadie más; son inconfundibles, capaces de imprimir su sello indeleble en mil iniciativas fecundas. Las gentes domesticadas los temen, como la llaga al cauterio; sin advertirlo, empero, los adoran con su desdén. Son los verdaderos amos de la sociedad, los que agreden el pasado y preparan el porvenir, los que destruyen y plasman. Son los actores del drama social, con energía inagotable. Poseen el don de resistir a la rutina y pueden librarse de su tiranía niveladora. Por ellos la Humanidad vive y progresa. Son siempre excesivos; centuplican las cualidades que los demás sólo poseen en germen. La hipertrofia de una idea o de una pasión los hace inadaptables d su medio, exagerando su pujanza; mas, para la sociedad, realizan una función armónica y vital. Sin ellos se inmovilizaría el progreso humano, estancándose como velero sorprendido en alta mar por la bonanza. De ellos, solamente de ellos, suelen ocuparse la historia y el arte, interpretándolos como arquetipos de la Humanidad.

El hombre que piensa con su propia cabeza y la sombra que refleja los pensamientos ajenos, parecen pertenecer a mundos distintos.

Hombres y sombras: difieren como el cristal y la arcilla.

El cristal tiene una forma preestablecida en su propia composición química; cristaliza en ella o no, según los casos; pero nunca tomará otra forma que la propia. Al verlo sabemos que lo es, inconfundiblemente. De igual manera que el hombre superior es siempre uno, en sí, aparte de los demás. Si el clima le es propicio conviértese en núcleo de energías sociales, proyectando sobre el medio sus características propias, a la manera del cristal que en una solución saturada provoca nuevas cristalizaciones semejantes a sí mismo, creando formas de su propio sistema geométrico. La arcilla, en cambio, carece de forma propia y toma la que le imprimen las circunstancias exteriores, los seres que la presionan o las cosas que la rodean; conserva el rastro de todos los surcos y el hoyo de todos los dedos, como la cera, como la masilla; será cúbica, esférica o piramidal, según la modelen.

Así los caracteres mediocres: sensibles a las coerciones del medio en que viven, incapaces de servir una fe o una pasión. Las creencias son el soporte del carácter; el hombre que las posee firmes y elevadas, lo tiene excelente. Las sombras no creen. La personalidad está en perpetua evolución y el carácter individual es su delicado instrumento; hay que templarlo sin descanso en las fuentes de la cultura y del amor. Lo que heredamos implica cierta fatalidad, que la educación corrige y orienta. Los hombres están predestinados a conservar su línea propia entre las presiones coercitivas de la sociedad; las sombras no tienen resistencia, se adaptan a las demás hasta desfigurarse, domesticándose. El carácter se expresa por actividades que constituyen la conducta. Cada ser humano tiene el correspondiente a sus creencias; si es "firmeza y luz", como dijo el poeta, la firmeza está en los sólidos cimientos, de su cultura y la luz en su elevación moral.

Los elementos intelectuales no bastan para determinar su orientación; la febledad del carácter depende tanto de la consistencia moral como de aquellos, o más. Sin algún ingenio, es imposible ascender por los senderos de la virtud; sin alguna virtud son inaccesibles los del ingenio. En la acción van de consuno. La fuerza de las creencias está en no ser puramente racionales; pensamos con el corazón y con la cabeza. Ellas no implican un conocimiento exacto a de la realidad; son simples juicios a su respecto, susceptibles de ser corregidos o reemplazados.

Son instrumentos actuales; cada creencia es una opinión contingente y provisional. Todo juicio implica una afirmación. Toda negación es, en sí mismo, afirmativa; negar es afirmar una negación. La actitud es idéntica: se cree lo que se afirma o se niega. Lo contrario de la afirmación no es la negación, es la duda. Para afirmar o negar es indispensable creer. Ser alguien es creer intensamente; pensar es creer; amar es creer; odiar es creer; vivir es creer. Las creencias son los móviles de toda actividad humana. No necesitan ser verdades: creemos con anterioridad a todo razonamiento y cada nueva noción es adquirida a través de creencias ya preformadas.

La duda debiera ser más común, escaseando los criterios de certidumbre lógica; la primera actitud, sin embargo, es una adhesión a lo que se presenta a nuestra experiencia. La manera primitiva de pensar las cosas consiste en creerlas tales como las sentimos; los niños, los salvajes, los ignorantes y los espíritus débiles son accesibles a todos los errores, juguetes frívolos de las personas, las cosas y las circunstancias. Cualquiera desvía los bajeles sin gobierno. Esas creencias son como los clavos que se meten de un solo golpe; las convicciones firmes entran como los tornillos, poco a poco, a fuerza de observación y de estudio.

Cuesta más trabajo adquirirlas; pero mientras los clavos ceden al primer estrujón vigoroso, los tornillos resisten y mantienen de pie la personalidad. El ingenio y la cultura corrigen las fáciles ilusiones primitivas y las rutinas impuestas por la sociedad al individuo: la amplitud del saber permite a los hombres formarse ideas propias. Vivir arrastrado por las ajenas equivale a no vivir. Los mediocres son obra de los demás y están en todas partes: manera de no ser nadie y no estar en ninguna.

Sin unidad no se concibe un carácter. Cuando falta, el hombre es amorfo o inestable; vive zozobrando como frágil barquichuelo en un océano. Esa unidad debe ser efectiva en el tiempo; depende, en gran parte, de la coordinación de las creencias. Ellas son fuerzas dinamógenas y activas, sintetizadoras de la personalidad. La historia natural del pensamiento humano sólo estudia creencias, no certidumbres. La especie, las razas, las naciones, los partidos, los f! grupos, son animados por necesidades materiales que los engendran, más o menos conformes a la realidad, pero siempre determinantes de su acción. Creer es la forma natural de pensar para vivir.

La unidad de las creencias permite a los hombres obrar de acuerdo con el propio pasado: es un hábito de independencia y la condición del hombre libre, en el sentido relativo que el determinismo consiente.

Sus actos son ágil es y rectilíneos, pueden preverse en cada circunstancia; siguen sin vacilaciones un camino trazado: todo concurre a que custodien su dignidad y se formen un ideal. Siempre están prontos para el esfuerzo y lo realizan sin zozobra. Se sienten libres cuando rectifican sus yerros y más libres aún al manejar sus pasiones. Quieren ser independientes de, todos, sin que ello les impida ser tolerantes: el precio de su libertad no lo ponen en la sumisión de los demás.

Siempre hacen lo que quieren, pues sólo quieren lo que está en sus fuerzas realizar. Saben pulir la obra de sus educadores y nunca creen terminada la propia cultura. Diríase que ellos mismos se han hecho como son, viéndoles recalcar en todos los actos el propósito de asumir su responsabilidad.

Las creencias del Hombre son hondas, arraigadas en vasto saber; le sirven de timón seguro para marchar por una ruta que él conoce y no oculta a los demás; cuando cambia de rumbo es porque sus creencias de la Sombra son surcos arados en el agua; cualquier ventisca las desvía; su opinión es tornadiza como veleta y sus cambios obedecen a solicitaciones groseras de conveniencias inmediatas. Los Hombres evolucionan según varían sus creencias y pueden cambiarlas mientras siguen aprendiendo; las Sombras acomodan las propias a sus apetitos y pretenden encubrir la indignidad con el nombre de evolución. Si dependiera de ellas, esta última equivaldría a desequilibrio o desvergüenza; muchas veces a traición.

Creencias firmes, conducta firme. Ése es el criterio para apreciar el carácter: las obras. Lo dice el bíblico poema: ludicaberis ex operibus vestris, seréis juzgados por vuestras obras. ¡Cuántos hay que parecen hombres y sólo valen por las posiciones alcanzadas en las piaras mediocráticas! Vistos de cerca, examinadas sus obras, son menos que nada, valores negativos. Sombras.


II. LA DOMESTICACIÓN DE LOS MEDIOCRES

Gil Blas de Santillana es una sombra: su vida entera es un proceso continuo de domesticación social. Si alguna línea propia permitía diferenciarle de su rebaño, todo el estercolero social se vuelca sobre él para borrarla, complicando su insegura unidad en una cifra inmensa. El rebaño le ofrece infinitas ventajas. No sorprende que él la acepte a cambio de ciertos renunciamientos compatibles con su estructura moral. No le exige cosas inverosímiles; bástale su condescendencia pasiva, su alma de siervo. Mientras los hombres resisten las tentaciones, las sombras resbalan por la pendiente; si alguna partícula de originalidad les estorba, la eliminan para confundirse mejor en los demás. Parecen sólidas y se ablandan, ásperas y se suavizan, ariscas y se amansan, calurosas y se entibian, resplandecientes y se opacan, ardientes y se apaciguan, viriles y se afeminan, erguidas y se achatan. Mil sórdidos lazos las acechan desde que toman contacto con sus símiles: aprenden a medir sus virtudes y a practicarlas con parsimonia. Cada apartamiento les cuesta un desengaño, cada desvío les vale una desconfianza. Amoldan su corazón a los prejuicios y su inteligencia a las rutinas: la domesticación les facilita la lucha por la vida.

La mediocridad teme al digno y adora al lacayo. Gil Blas le encanta; simboliza al hombre práctico que de toda situación saca partido y en toda villanía tiene provecho. Persigue a Stockmann, el enemigo del pueblo, con todo afán como pone en admirar a Gil Blas: le recoge en la cueva de bandoleros y le encumbra favorito en las cortes. Es un hombre de corcho: flota. Ha sido salteador, alcahuete, ratero, prestamista, asesino, estafador, fementido, ingrato, hipócrita, traidor, político; tan varios encenagamientos no le impiden ascender y otorgar sonrisas desde su comedero. Es perfecto en su género. Su secreto es simple: es un animal doméstico. Entra al mundo como siervo y sigue siendo servil hasta la muerte, en todas las circunstancias y situaciones: nunca tiene un gesto altivo, jamás acomete de frente un obstáculo.

El buen lenguaje clásico llamaba doméstico a todo hombre que servía. Y era justo. El hábito de la servidumbre trae consigo sentimientos de domesticidad, en los cortesanos lo mismo que en los pueblos.

Habría que copiar por entero el elocuente Discurso sobre la servidumbre voluntaria, escrito por La Boetie en su adolescencia y cubierto de gloria por el admirativo elogio de Montaigne. Desde él miles de páginas fustigan la subordinación a los dogmatismos sociales. al acatamiento incondicional de los prejuicios admitidos. el respeto de las jerarquías adventicias. la disciplina ciega a la imposición colectiva, el homenaje decidido a todo lo que representa el orden vigente. la sumisión sistemática a la voluntad de los poderosos: todo lo que; refuerza la domesticación y tiene por consecuencia inevitable el servilismo.

Los caracteres excelentes son indomesticables: tienen su norte puesto en su Ideal. Su "firmeza" los sostiene; su "luz" los guía. Las sombras, en cambio, degeneran. Fácilmente se licua la cera; jamás el cristal pierde su arista. Los mediocres encharcan su sombra cuando el medio los instiga; los superiores se encumbran en la misma proporción en que se rebaja su ambiente. En la dicha y en la adversidad, amando y depreciando, entre risas y entre lágrimas, cada hombre firme tiene un modo peculiar decomportarse, que es su síntesis: su carácter. Las sombras no tienen esa unidad de conducta que permite prever el gesto en todas las ocasiones.

Para Zenón, el estoico, el carácter es fuente de la vida y manan de él todas nuestras acciones. Es buen decir, pero impreciso. En sus definiciones los moralistas no concuerdan con los psicólogos: aquéllos catonizan como predicadores. c y éstos describen como naturalistas. El carácter es una síntesis: hay que insistir en ello. Es un exponente de toda la personalidad y no de algún elemento aislado. En los mismos filósofos, que desarrollan sus aptitudes de modo parcial, el carácter parecería depender exclusivamente de condiciones intelectuales; vano error, pues su conducta es el trasunto de cien otros factores. Pensar es vivir. Todo ideal humano implica una asociación sistemática de la moral y de la voluntad, haciendo converger a su objeto los más vehementes anhelos de perfección. El investigador de una verdad se sobrepone a la sociedad en que vive: trabaja para ésta y piensa por todos, anticipándose, contrariando sus rutinas. Tiene una personalidad social, adaptada para las funciones que no puede ejercitar en una ermita; pero sus sentimientos sociales no le imponen complicidad en lo turbio. En su anastomosis con los demás conserva libres el corazón y el cerebro mediante algo propio que nunca sedesorienta: el que posee un carácter no se domestica.

Gil Blas medra entre los hombres desde que la humanidad existe; han protestado contra él los idealistas de todos los tiempos. Los románticos, envueltos en sublime desdén, han enfestado contra los temperamentos serviles: Musset, por boca de Lorenzaccio, estruja con palabras irrelevantes la cobardía de los pueblos avenidos a la servidumbre.

Y no le van en zaga los individualistas, cuyo más alto vuelo lírico alcanzara Nietzsche: sus más hermosas páginas son un código de moral antimediocre, una exaltación de cualidades inconciliables con la disciplina social. El espíritu gregario, por él acerbamente fustigado, tiene ya directores elocuentísimos, que exhiben las solidarias complicaciones con que los medrosos resisten las iniciativas de las audaces, agrupándose en modos diversos según sus intereses de clase, jerarquía o funciones. Donde hubo esclavos y siervos se plasmaron caracteres serviles. Vencido el hombre, no lo mataban: lo hacían trabajar en provecho propio. Sujeto al yugo. tembloroso ante el látigo, el esclavo doblábase bajo coyundas que grababan en su carácter la domesticidad. Algunos dice la historia fueron rebeldes o alcanzaron dignidades: su rebeldía fue siempre un gesto de animal hambriento y su éxito fue el precio de complicidades en vicios de sus amos. Llegados al ejercicio de alguna autoridad, tornáronse despóticos, desprovistos de ideales que les detuvieran ante la infamia, como si quisieran con sus abusos olvidar la servidumbre sufrida anteriormente. Gil Blas fue el más bajo de los favoritos.

El tiempo y el ejercicio adaptan a la vida servil El hábito de resignarse para medrar crea resortes cada vez más sólidos, automatismos que destiñen para siempre todo rasgo individual. El quitamotas Gil Blas se mancha de estigmas que lo hacen inconfundible con el hombre digno. Aunque emancipado, sigue siendo lacayo y da rienda suelta a bajos instintos.

La costumbre de obedecer engendra una mentalidad doméstica.

El que nace de siervos la trae en la sangre, según Aristóteles. Hereda hábitos serviles y no encuentra ambiente propicio para formarse un carácter. Las vidas iniciadas en la servidumbre no adquieren dignidad.

Los antiguos tenían mayor desprecio por los hijos de los siervos, reputándolos moralmente peores que los adultos reducidos al yugo por deudas o en las batallas; suponían que heredaban la domesticidad de sus padres, intensificándola en la ulterior servidumbre. Eran despreciados por sus amos. Esto se repite en cuantos países tuvieron una raza esclava inferior. Es legítimo. Con humillante desprecio suele mirarse a los mulatos, descendientes de antiguos esclavos, en todas las naciones de raza blanca que han abolido la esclavitud; su afán por disimular su ascendencia servil demuestra que reconocen la indignidad hereditaria condensada en ellos. Ese menosprecio es natural. Así como el antiguo esclavo tornábase vanidoso e insolente si trepaba a cualquier posición donde pudiera mandar, los mulatos se ensoberbecen en las inorgánicas mediocracias sudamericanas, captando funciones y honores con que hartan sus apetitos acumulados en domesticidades seculares.

La clase crea idénticas desigualdades que la raza. Los siervos fueron tan doméstico.; como lo; esclavos; la revolución francesa dio libertad política a sus descendientes, mas no supo darles esa libertad moral que es el resorte de la dignidad. El burgués enriquecido merece el desprecio del aristócrata más que el odio del proletario, que es un aspirante a la burguesía; no hay peor jefe que el antiguo asistente ni peor amo que el antiguo lacayo. Las aristocracias son lógicas al desdeñar a los advenedizos: los consideran descendientes de criados enriquecidos y suponen que han heredado su domesticidad al mismo tiempo que las talegas.

Esas inclinaciones serviles, arraigadas en el fondo mismo de la herencia étnica o social, son bien vistas en las mediocracias contemporáneas, que nivelan políticamente al servil y al digno. Ha variado el nombre pero la cosa subsiste: la domesticidad es corriente en las sociedades modernas.

Lleva muchas décadas la abolición legal de la esclavitud o la servidumbre; los países no se creerían civilizados si las conservaran en su códigos. Eso no tuerce las costumbres; el esclavo y el siervo siguen existiendo; por temperamento o por falta de carácter. No son propiedad de sus amos, pero buscan la tutela ajena, como van a la querencia los animales extraviados. Su psicología gregaria no se transmutó, declarando los derechos del hombre; la libertad, la igualdad y la fraternidad son ficciones que los halagan, sin redimirlos. Hay inclinaciones que sobreviven a todas las leyes igualitarias y hacen amar el yugo o el látigo. Las leyes no pueden dar hombría a la sombra, carácter al amorfo, dignidad al envilecido, iniciativa a los imitadores, virtud al honesto, intrepidez al manso, afán de libertad al servil. Por eso, en plena democracia, los caracteres mediocres buscan naturalmente su bajo nivel: se domestican.

En ciertos sujetos, sin carácter desde el cáliz materno hasta la tumba, la conducta no puede seguir normas constantes. Son peligrosos porque su ayer no dice nada sobre su mañana; obran a merced de impulsos accidentales, siempre aleatorios. Si poseen algunos elementos válidos, ellos están dispersos, incapaces de síntesis; la menor sacudida pone a flote sus atavismos de salvaje y de primitivo, depositados en los surcos más profundos de su personalidad. Sus imitaciones son frágiles y poco arraigadas. Por eso son antisociales, incapaces de elevarse a la honesta condición de animales de rebaño.

A otros desgraciados, sin irreparables lagunas del temperamento, la sociedad les mezquina su educación. Las grandes ciudades pululan de niños moralmente desamparados, presas de la miseria, sin hogar, sin escuela. Viven tanteando el vicio y cosechando la corrupción, sin el hábito de la honestidad y sin el ejemplo luminoso de la virtud. Embotada su inteligencia y coartadas sus mejores inclinaciones, tienen la voluntad errante, incapaz de sobreponerse a las convergencias fatales que pugnan por hundirlos. Y si pasan su infancia sin rodar a la charca, tropiezan después con nuevos obstáculos.

El trabajo, creando el hábito del esfuerzo, sería la mejor escuela del carácter; pero la sociedad enseña a odiarlo, imponiéndole precozmente, como una ignominia desagradable o un envilecimiento infame, bajo la esclavitud de yugos y de horarios, ejecutado por hambre o por avaricia, hasta que el hombre huye de él como de un castigo: sólo podrá amarlo cuando sea una gimnasia espontánea de sus gustos y de sus aptitudes. Así la sociedad completa su obra; los que no naufragan por la educación malsana escollan en el trabajo embrutecedor. En la compleja actividad moderna las voluntades claudicantes son toleradas; sus incongruencias quedan ocultas mientras los actos se refieren a vulgares automatismos de la vida diaria; pero cuando una circunstancia nueva los obliga a buscar una solución, la personalidad se agita al azar y revela sus vicios intrínsecos. Esos degenerados son indomesticables.

Los otros, como Gil Blas, carecen de contralor sobre su propia conducta y olvidan que la más leve caída puede ser el paso inicial hacia una degradación completa. Ignoran que cada esfuerzo de dignidad consolida nuestra firmeza: cuanto más peligrosa es la verdad que hoy decimos, tanto más fácil será mañana pronunciar otras a voz en cuello.

En los mundos minados por la hipocresía todo conspira contra las virtudes civiles: los hombres se corrompen los unos a los otros, se imitan en lo intérlope, se estimulan en lo turbio, se justifican recíprocamente.

Una atmósfera tibia entorpece al que cede por primera vez a la tentación de lo injusto; las consecuencias de la primera falta pueden ir hasta lo infinito. Los mediocres no saben evitarla; en vano harían el propósito de volver al buen sendero y enmendarse. Para las sombras no hay rehabilitación; prefieren excusar las desviaciones leves, sin advertir que ellas preparan las hondas. Todos los hombres conocen esas pequeñas flaquezas, que de otro modo fueran perfectos desde su origen; pero mientras en los caracteres firmes pasan como un roce que no deja rastro, en los blandos aran un surco por donde se facilita la recidiva. ésa es la vía del envilecimiento. Los virtuosos la ignoran; los honestos se dejan tentar. Como a Gil Blas, sólo les cuesta la primera caída; después siguen cayendo como el agua en las cascadas, a saltitos, de pequeñez en pequeñez, de flaqueza en flaqueza, de curiosidad en curiosidad. Los remordimientos de la primera culpa ceden a la necesidad de ocultarla con otras ante las cuales ya no se amedrentan. Su carácter se disocia y ellos se tuercen, andan a ciegas, tropiezan, dan barquinazos, adoptan expedientes, disfrazan sus intenciones, acceden por senderos tortuosos, buscan cómplices diestro para avanzar en la tiniebla. Después de los primeros tanteos se marchan de prisa, hasta que las raíces mismas de su moral se aniquilan. Así resbalan por la pendiente, aumentando la cohorte de lacayos y parásitos: centenares de Gil Blas carcomen las bases de la sociedad que ha pretendido modelarlos a su imagen y semejanza.

Los hombres sin ideales son incapaces de resistir las asechanzas de hartazgos materiales sembrados en su camino Cuando han cedido a la tentación quedan cebados, como las fieras que conocen el sabor de la sangre humana.

Por la circunstancia de pensar siempre con la cabeza de la sociedad, el doméstico es el puntal más seguro de todos los prejuicios políticos, religiosos, morales y sociales Gil Blas está siempre con las manos congestionadas por el aplauso a los ungidos y con el arma afilada para agredir al rebelde que anuncia una herejía. El panurguismo y la intolerancia son los colores de su escarapela, cuyo respeto exige de todos.

Es incalculable la infinidad de gentes domésticas que nos rodea.

Cada funcionario tiene un rebaño voraz, sumiso a sus caprichos, como los hambrientos al de quien los harta. Si fuesen capaces de vergüenza, los adulones vivirían más enrojecidos que las amapolas; lejos de eso, pasean su domesticidad y están orgullosos de ella, exhibiéndola con donaire, como luce la pantera las aterciopeladas manchas de su piel. La domesticación realizase de cien maneras, tentando sus apetitos. En los límites de la influencia oficial los medios de aclimatación se multiplican, especialmente en los países apestados de funcionarismo. Los pobres de carácter no resisten; ceden a esa hipnotización. La pérdida de su dignidad iníciase cuando abren el ojo a la prebenda que estremece su estómago o nubla su vanidad, inclinándose ante las manos que hoy le otorgan el favor y mañana le manejarán la rienda. Aunque ya no hay servidumbre legal, muchos sujetos, libres de la domesticidad forzosa, se avienen a ella voluntariamente, por vocación implícita en su flaqueza.

Están mancillados desde la cuna; aun no habiendo menester de beneficios, son instintivamente serviles. Los hay en todas las clases sociales. El precio de su indignidad varía con el rango y se traduce en formas tan diversas como las personas que la ejercitan.

Alentando a Gil Blas, rebájase el nivel moral de los pueblos y de las razas; no es tolerancia estimular el abellacamiento. La cotización del mérito decae. La mansedumbre silenciosa es preferida a la dignidad altiva. La piel se cubre de más afeites cuando es menos sólida la columna vertebral; las buenas maneras son más apreciadas que las buenas acciones. Si el de Santillana se enguanta para robar, merece la admiración de todos; si Stockmann se desnuda para salvar a un náufrago, lo condenan por escándalo. En los pueblos domesticados llega un momento en que la virtud parece un ultraje a las costumbres.

Las sombras viven con el anhelo de castrar a los caracteres firmes y decapitar a los pensadores alados, no perdonándoles el lujo de ser viriles o tener cerebro. La falta de virilidades es elogiada como un refinamiento, lo mismo que en los caballos de paseo. La ignorancia parece una coquetería, como la duda elegante que inquieta a ciertos fanáticos sin ideales. Los méritos conviértense en contrabando peligroso, obligados a disculparse y ocultarse, como si ofendieran por su sola existencia. Cuando el hombre digno empieza a despertar recelos, el envilecimiento colectivo es grave; cuando la dignidad parece absurda y es cubierta de ridículo, la domesticación de los mediocres ha llegado a sus extremos.


III. LA VANIDAD

El hombre es. La sombra parece. El hombre pone su honor en el mérito propio y es juez supremo de sí mismo; asciende a la dignidad.

La sombra pone el suyo en la estimación ajena y renuncia a juzgarse; desciende a la vanidad. Hay una moral del honor y otra de su caricatura: ser o parecer. Cuando un ideal de perfección impulsa a ser mejores, ese culto de los propios méritos consolida en los hombres la dignidad; cuando el afán de parecer arrastra a cualquier abajamiento, el culto de la sombra enciende la vanidad.

Del amor propio nacen las dos: hermanas por su origen, como Abel y Caín. Y más enemigas que ellos, irreconciliables. Son formas diversas de amor propio. Siguen caminos divergentes. La una florece sobre el orgullo, celo escrupuloso puesto en el respeto de sí mismo; la otra nace de la soberbia, apetito de culminación ante los dermis. El orgullo es una arrogancia originaria por nobles motivos y quiere aquilatar el mérito; la soberbia es una desmedida presunción y busca alargar la sombra. Catecismos y diccionarios han colaborado a la mediocrización moral, subvirtiendo los términos que designan lo eximio y lo vulgar. Donde los padres de la Iglesia decían soberbia, como los antiguos, fustigándola, tradujeron los zascandiles orgullo, confundiendo sentimientos distintos. De ahí el equivocar la vanidad con la dignidad, que es su antítesis, y el intento tasar a igual precio los hombres y las sombras, con desmedro de los primeros.

En su forma embrionaria revélase el amor propio como deseo de elogios y temor de censuras: una exagerada sensibilidad a la opinión ajena. En los caracteres conformados a la rutina y a los prejuicios corrientes, el deseo de brillar en su medio y el juicio que sugieren al pequeño grupo que los rodea, son estímulos para la acción. La simple circunstancia de vivir arrebañados predispone a perseguir la aquiescencia ajena; la estima propia es favorecida por el contraste o la comparación con los demás. Trátase hasta aquí de un sentimiento normal.

Pero los caminos divergen. En los dignos el propio juicio antepónese a la aprobación ajena; en los mediocres se postergan los méritos y se cultiva la sombra. Los primeros viven para sí; los segundos vegetan para los otros. Si el hombre no viviera en sociedad, el amor propio sería dignidad en todos; viviendo en grupos, lo es solamente en los caracteres firmes.

Ciertas preocupaciones, reinantes en las mediocracias, exaltan a los domésticos. El brillo de la gloria sobre las frentes elegidas deslumbra a los ineptos, como el hartazgo del rico encela al miserable. El elogio del mérito es un estímulo para su simulación. Obsesionados por el éxito, e incapaces de soñar la gloria, muchos impotentes se envanecen de méritos ilusorios y virtudes secretas que los demás no reconocen; créense actores de la comedia humana; entran en la vida construyéndose un escenario, grande o pequeño, bajo o culminante, sombrío o luminoso; viven con perpetua preocupación del juicio ajeno sobre su sombra. Consumen su existencia sedientos de distinguirse en su órbita, de preocupar a su mundo, de cultivar la atención ajena por cualquier medio y de cualquier manera. La diferencia, si la hay, es puramente cuantitativa entre la vanidad del escolar que persigue diez puntos en los exámenes, la del político que sueña verse aclamado ministro o presidente, la del novelista que aspira a ediciones de cien mil ejemplares y la del asesino que desea ver su retrato en los periódicos.

La exaltación del amor propio, peligrosa en los espíritus vulgares, es útil al hombre que sirve un Ideal. Éste le cristaliza en dignidad; aquéllos le degeneran en vanidad. El éxito envanece al tonto, nunca al excelente. Esa anticipación de la gloria hipertrofia la personalidad en los hombres superiores: es su condición natural. ¿El atleta no tiene, acaso, bíceps excesivos hasta la deformidad La función hace el órgano.

El "yo" es el órgano propio de la originalidad: absoluta en el genio. Lo que es absurdo en el mediocre, en el hombre superior es un adorno: simple exponente de fuerza. El músculo abultado no es ridículo en el atleta; lo es, en cambio, toda adiposidad excesiva, por monstruosa e inútil, como la vanidad del insignificante. Ciertos hombres de genio, Sarmiento, pongamos por caso, habrían sido incompletos sin su megalomanía.

Su orgullo nunca excede a la vanidad de los imbéciles. La aparente diferencia guarda proporción con el mérito. A un metro y a simple vista nadie ve la pata de una hormiga, pero todos perciben la garra de un león: lo propio ocurre con el egotismo ruidoso de los hombres y la desapercibida soberbia de las sombras. No pueden confundirse. El vanidoso vive comparándose con los que le rodean, envidiando toda excelencia ajena y carcomiendo toda reputación que no puede igualar; el orgulloso no se compara con los que juzga inferiores y pone su mirada en tipos ideales de perfección que están muy alto y encienden su entusiasmo.

El orgullo, subsuelo indispensable de la dignidad, imprime a los hombres cierto bello gesto que las sombras censuran. Para ello el babélico idioma de los vulgares ha enmarañado la significación del vocablo, acabando por ignorarse si designa un vicio o una virtud. Todo es relativo. Si hay méritos, el orgullo es un derecho; si no los hay, se trata de vanidad. El hombre que afirma un Ideal y se perfecciona hacia él, desprecia, con eso, la atmósfera inferior que le asfixia; es un sentimiento natural, cimentado por una desigualdad efectiva y constante.

Para los mediocres, sería más grato que no les enrostrara esa humillante diferencia; pero olvidan que ellos son sus enemigos, constriñendo su tronco robusto como la hiedra a la encina, para ahogarle en el número infinito. El digno está obligado a burlarse de las mil rutinas que el servil adora bajo el nombre de principios; su conflicto es perpetuo. La dignidad es un rompeolas opuesto por el individuo a la marea que le acosa. Es aislamiento de los domésticos y desprecio de sus pastores, casi siempre esclavos del propio rebaño.
IV. LA DIGNIDAD
El que aspira a parecer renuncia a ser. En pocos hombres súmanse el ingenio y la virtud en un total de dignidad: forman una aristocracia natural, siempre exigua frente al número infinito de espíritus omisos.

Credo supremo de todo idealismo, la dignidad es unívoca, intangible, intransmutable. Es síntesis de todas las virtudes que acercan al hombre y borran la sombra: donde ella falta no existe el sentimiento del honor.

Y así como los pueblos sin dignidad son rebaños, los individuos sin ella son esclavos.

Los temperamentos adamantinos firmeza y luz apártanse de toda complicidad, desafían la opinión ajena si con ello han de salvar la propia, declinan todo bien mundano que requiera una abdicación, entregan su vida misma antes que traicionar sus ideales. Van rectos, solos, sin contaminarse en facciones, convertidos en viviente protesta contra todo abellacamiento o servilismo. Las sombras vanidosas se mancornan para disculparse en el número, rehuyendo las íntimas sanciones de la conciencia; domesticadas, son incapaces de gestos viriles, fáltales coraje. La dignidad implica valor moral. Los pusilámines son importantes, como los aturdidos; los unos reflexionan cuándo conviene obrar, y los otros obran sin haber reflexionado. La insuficiencia del esfuerzo equivale a la desorientación del impulso: el mérito de las acciones se mide por el afán que cuestan y no por sus resultados. Sin coraje no hay honor. Todas sus formas implican dignidad y virtud. Con su ayuda los sabios acometen la exploración de lo ignoto, los moralistas minan las sórdidas fuentes del mal, los osados se arriesgan para violar la altura y la extensión, los justos se adiamantan en la fortuna adversa, los firmes resisten la tentación y los severos el vicio, los mártires van a la hoguera por desenmascarar una hipocresía, los santos mueren por un Ideal. Para anhelar una perfección es indispensable. "El coraje sentenció Lamartine es la primera de las elocuencias, es la elocuencia del carácter". Noble decir. El que aspira a ser águila debe mirar lejos y volar alto; el que se resigna a arrastrarse como un gusano renuncia al derecho de protestar si lo aplastan. se paseaba entre los hombres como si ellos fueran árboles; y Banville escribió de Gautier: "Era de aquellos que bajo todos los regímenes, son necesaria e invenciblemente libres: cumplía su obra con desdeñosa altivez y con la firme designación de un dios desterrado".

Ignora el hombre digno las cobardías que dormitan en el fondo de los caracteres serviles; no sabe desarticular su cerviz. Su respeto por el mérito le obliga a descartar toda sombra que carece de él, a agredirla sin amenaza, castigarla si hiere. Cuando la muchedumbre que obstruye sus anhelos es anodina y no tiene adversarios que fazferir, el digno se refugia en sí mismo, se atrinchera en sus ideales y calla, temiendo estorbar con sus palabras a las sombras que lo escuchan. Y mientras cambia el clima, como es fatal en la alternativa de las estaciones, espera anclado en su orgullo, como si éste fuera el puerto natural y más seguro para su dignidad. Vive con la obsesión de no depender de nadie; sabe que sin independencia material el honor está expuesto a mil mancillas, y para adquirirla soportará los más rudos trabajos, cuyo fruto será su libertad en el porvenir. Todo parásito es un siervo; todo mendigo es un doméstico.

El hambriento puede ser rebelde; pero nunca un hombre libre. Enemiga poderosa de la dignidad es la miseria; ella hace trizas los caracteres vacilantes e incuba las peores servidumbres. El que no ha atravesado dignamente una pobreza es un heroico ejemplar de carácter. El pobre no puede vivir su vida, tantos son los compromisos de la indigencia; redimirse de ella es comenzar a vivir. Todos los hombres altivos viven soñando una modesta independencia material; la miseria es mordaza que traba la lengua y paraliza el corazón. Hay que escapar de sus garras para elegirse el Ideal más alto, el trabajo más agradable, la mujer más santa, los amigos más leales, los horizontes más risueños, el aislamiento más tranquilo. La pobreza impone el enrolamiento social; el individuo se inscribe en un gremio, más o menos jornalero, más o menos funcionario, contrayendo deberes y sufriendo presiones denigrantes que le empujan a domesticarse. Enseñaban los estoicos los secretos de la dignidad: contentarse con lo que se tiene, restringiendo las propias necesidades. Un hombre libre no espera nada de otros, no necesita pedir. La felicidad que da el dinero está en no tener que preocuparse de él; por ignorar ese precepto no es libre el avaro, ni es feliz.

Los bienes que tenemos son la base de nuestra independencia; los que deseamos son la cadena remachada sobre nuestra esclavitud. La fortuna aumenta la libertad de los espíritus cultivados y torna vergonzosa la ridiculez de los palurdos. Suprema es la indignidad de los que adulan teniendo fortuna; ésta les redimiría todas las domesticidades, si no fuesen esclavos de la vanidad.

Los únicos bienes intangibles son los que acumulamos en el cerebro y en el corazón; cuando ellos faltan ningún tesoro los sustituye.

Los orgullosos tienen el culto de su dignidad: quieren poseerla inmaculada, libre de remordimientos, sin flaquezas que la envilezcan o la rebajen. A ella sacrifican bienes; honores, éxitos: todo lo que es propicio al crecimiento de la sombra. Para conservar la estima propia no vacilan en afrontar la opinión de los mansos y embestir sus prejuicios; pasan por indisciplinados y peligrosos entre los que en vano intentan malear su altivez. Son raros en las mediocracias, cuya chatura moral los expone a la misantropía; tienen cierto aire desdeñoso y aristocrático que desagrada a los vanidosos más culminantes, pues los humilla y avergüenza. Inflexibles y tenaces porque llevan en el corazón una fe sin dudas, una convicción que no trepida, una energía indómita que a nada cede ni teme, suelen tener asperezas urticantes para los hombres amorfos. En algunos casos pueden ser altruistas, o porque cristianos es la más alta acepción del vocablo o porque profundamente afectivos: presentan entonces uno de los caracteres más sublimes, más espléndidamente bellos y que tanto honran a la naturaleza humana. Son los santos del honor, los poetas de la dignidad. Siendo héroes, perdonan las cobardías de los demás; victoriosos siempre ante sí mismos, compadecen a los que en la batalla de la vida siembran, hecha jirones, su propia dignidad. Si la estadística pudiera decirnos el número de hombres que poseen este carácter en cada nación, esa cifra bastaría, por sí sola, mejor que otra cualquiera, para indicarnos el valor moral de un pueblo.

La dignidad, afán de autonomía, lleva a reducir la dependencia de otros a la medida de lo indispensable, siempre enorme. La Bruyére, que vivió como intruso en la domesticidad cortesana de su siglo, supo medir el altísimo precepto que encabeza el Manual de Epicteto, a punto de apropiárselo textualmente sin amenguar con ello su propia gloria: "Se faire valoir par des choses qui ne dependet point des autres, mais de sois seul, ou renoncer a se faire valoir" (2) . Esa máxima le parece inestimable y de recursos infinitos en la vida, útil para los virtuosos y los que tienen ingenio, tesoro intrínseco de los caracteres excelentes; es, en cambio, proscrita donde reina la mediocridad, "pues desterraría de las Cortes las tretas, los cabildeos, los malos oficios, la bajeza, la adulación y la intriga". Las naciones no se llenarían de serviles domesticados, sino de varones excelentes que legarían a sus hijos menos vanidades y más nobles ejemplos. Amando los propios méritos más que la prosperidad indecorosa, crecería el amor a la virtud, el deseo de la gloria, el culto por ideales de perfección incesante: en la admiración por los genios, los santos y los héroes. Esa dignificación moral de los hombres señalaría en la historia el ocaso de las sombras.

(2) "Hacerse valer por cosas que no dependen de los demás, sino de uno mismo, o renunciar a hacerse valer".

José Ingenieros
El hombre mediocre
Capítulo IV
los caracteres mediocres 



 

Hay cosas ... Mané

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Hay cosas que nos diferencian
solo un instante
cuando nos detenemos en la mirada
juntos somos magia!

Mané

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Elogio de la locura

El Elogio de la locura (titulado originalmente Morias Enkomion -Μωρίας Εγκώμιον- en griego y Stultitiae Laus en latín, literalmente Elogio de la estulticia o de la tontería) es un ensayo en latín escrito por Erasmo de Rotterdam e impreso por primera vez en 1511, inspirado por De triumpho stultitiae del Italiano Faustino Perisauli de Tredozio (Forlì).
Tras redactarlo, según palabras del propio Erasmo, en una semana, éste revisó y desarrolló su trabajo durante una estancia en casa de Tomás Moro, en la propiedad que éste último tenía en Bucklersbury.
Es considerada una de las obras más influyentes de la literatura occidental y uno de los catalizadores de la reforma protestante
Comienza con una loa satírica (un fragmento de virtuosa locura) a la manera del autor griego Luciano de Samósata, cuya obra había sido traducida hacía poco al latín por el propio Erasmo y por Tomás Moro.
Tras esto, el tono se ensombrece con una serie de discursos solemnes, en los que la locura hace un elogio de la ceguera y la demencia y en los que se realiza un examen satírico de las supersticiones y de las prácticas piadosas y corruptas de la Iglesia Católica, así como de la locura de los pedantes (entre los que se incluye el propio Erasmo).
El autor había regresado recientemente de Roma profundamente decepcionado y donde se había lamentado de la evolución que veía en la Curia Romana; poco a poco la locura toma la voz de Erasmo, que lanza una dura reprobación.
El ensayo termina con una sincera y sencilla exposición de los verdaderos ideales cristianos.
Erasmo era un gran amigo de Tomás Moro, con el que compartía, además de su fe cristiana, el gusto por el humor frío y el retruécano intelectual.
El título mismo, en griego, puede ser entendido como un Elogio de Moro. En el texto abundan dobles e incluso triples significados.
El ensayo está también repleto de alusiones clásicas al estilo de los humanistas eruditos del renacimiento.
La locura se presenta como una diosa, hija de ebriedad y de la ignorancia; entre sus compañeros fieles se encuentran Philautia (el narcisismo), Kolakia (la adulación), Leteo (el olvido), Misoponia (la pereza), Hedone (el placer), Anoia (la locura), Tryphe (la irreflexión), Komos (la intemperancia) y Eegretos Hypnos (el sueño profundo).
El Elogio de la locura conoció un enorme éxito popular, para sorpresa de Erasmo y, a veces, para su disgusto.
El Papa León X la encontró divertida. Antes de la muerte de Erasmo ya había sido traducida al francés y al alemán, y pronto le seguiría una edición en inglés.
Una edición de 1511 fue ilustrada con grabados en madera de Hans Holbein, que se han convertido en las ilustraciones más difundidas de la obra.
Influyó en la enseñanza de la retórica durante el siglo XVI, y el arte de la adoxografía (el elogio de cosas sin valor) se convirtió en un ejercicio popular entre los estudiantes isabelinos.[1]




Carta de Erasmo de Roterdam a Tomás Moro
  • "Únicamente al público corresponde juzgarme; no obstante, si el amor propio no me ciega en exceso, me parece que al hacer el elogio de la locura no estaba yo loco por completo."
  • "Pero yo pregunto: criticar la especie humana sin atacar a nadie en particular ¿es morder? ¿no es más bien educar y aconsejar? Por otra parte ¿no me critico yo mismo en muchos aspectos?"

 Habla la locura. Diálogos de Moria

  • "Se puede ser todo lo loco que se quiera con tal de reconocerlo."
  • "¡Cuánta ingratitud veo en los hombres que son mis más fieles seguidores, cuando se avergüenzan ante el mundo de mi nombre hasta el punto de arrojarlo a la faz del otro como grave ofensa!"
  • "Si alguno de ellos desea pasar por sabio, una sonrisa, un aplauso, un movimiento de orejas a manera de asno serán suficientes para hacer creer a los demás que él se halla al tanto de lo que se trata, pese a que en el fondo no entienda cosa alguna."


  • Wikisource contiene obras originales de o sobre Elogio de la locura.
  •  File:HolbeinErasmusFollymarginalia.jpg
  • Title
    English: Marginal illustration for Erasmus' In praise of Folly'
    Date1515(1515)
    MediumPen and black ink

    sábado, 10 de noviembre de 2012

    Nadie esta libre

    La hibris o hybris (en griego antiguo ὕϐρις hýbris) es un concepto griego que puede traducirse como ‘desmesura’ y que en la actualidad alude a un orgullo o confianza en sí mismo muy exagerada, especialmente cuando se ostenta poder. En la Antigua Grecia aludía a un desprecio temerario hacia el espacio personal ajeno unido a la falta de control sobre los propios impulsos, siendo un sentimiento violento inspirado por las pasiones exageradas, consideradas enfermedades por su carácter irracional y desequilibrado, y más concretamente por Ate (la furia o el orgullo). Como reza el famoso proverbio antiguo, erróneamente atribuido a Eurípides: «Aquel a quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco.»
    en la antiguedad
    La religión griega ignoraba el concepto de pecado tal como lo concibe el cristianismo, lo que no es óbice para que la hibris parezca la principal falta en esta civilización. Se relaciona con el concepto de moira, que en griego significa ‘destino’, ‘parte’, ‘lote’ y ‘porción’ simultáneamente. El destino es el lote, la parte de felicidad o desgracia, de fortuna o desgracia, de vida o muerte, que corresponde a cada uno en función de su posición social y de su relación con los dioses y los hombres (véase en el artículo moira la división del mundo realizada por los tres grandes Crónidas, que determina el destino de cada uno). Ahora bien, la persona que comete hibris es culpable de querer más que la parte que le fue asignada en la división del destino. La desmesura designa el hecho de desear más que la justa medida que el destino nos asigna. El castigo a la hibris es la némesis, el castigo de los dioses que tiene como efecto devolver al individuo dentro de los límites que cruzó. Heródoto lo expresa claramente en un significativo pasaje:
    Puedes observar cómo la divinidad fulmina con sus rayos a los seres que sobresalen demasiado, sin permitir que se jacten de su condición; en cambio, los pequeños no despiertan sus iras. Puedes observar también cómo siempre lanza sus dardos desde el cielo contra los mayores edificios y los árboles más altos, pues la divinidad tiende a abatir todo lo que descuella en demasía.[1
     

    La concepción de la hibris como falta determina la moral griega como una moral de la mesura, la moderación y la sobriedad, obedeciendo al proverbio pan metron, que significa literalmente ‘la medida en todas las cosas’, o mejor aún ‘nunca demasiado’ o ‘siempre bastante’. El hombre debe seguir siendo consciente de su lugar en el universo, es decir, a la vez de su posición social en una sociedad jerarquizada y de su mortalidad ante los inmortales dioses.
    La hibris es un tema común en la mitología, las tragedias griegas protagonistas que sufrían de hibris y terminaban por ello siendo castigados por los dioses.
    En la Teogonía de Hesíodo, las distiny el pensamiento presocrático, cuyas historias incluían a menudo a tas razas de hombres (de bronce, de hierro, etcétera) que se suceden unas tras otras se condenaron por su hibris. En cierto modo, la falta de Agamenón en el primer libro de la Ilíada se relaciona con la hibris al desposeer a Aquiles de la parte del botín que debería corresponderle en justicia. Por su parte, Heráclito muestra la hibris como el señalamiento de una falta hacia el Nous o dios legal: «El sol no traspasará sus medidas, pues si no las Erinias, asistentes de la Dice, lo descubrirán.»[2] No obstante, Heráclito piensa que mientras haya discordia, se podrá fundir las partes en el Uno. Por lo tanto aquí la hibris es un fluir de opuestos, haciendo posible la vida.
    Había también una diosa llamada Hibris (o Hybris), la personificación del anterior concepto: insolencia y falta de moderación e instinto. Hibris pasaba la mayor parte del tiempo entre los mortales. Según Higinio era hija de Érebo y la Noche[3] , atribuyéndole otros autores la maternidad de Coros, el daimon del desdén.
    En el derecho griego, la hibris se refiere con mayor frecuencia a la violencia ebria de los poderosos hacia los débiles. En la poesía y la mitología, el término fue aplicado a aquellos individuos que se consideran iguales o superiores a los dioses. El hibris era a menudo el ‘trágico error’ o hamartia de los personajes de los dramas griegos.

     Ejemplos de hibris

    Personajes mitológicos griegos y romanos castigados por sus hibris:


    El castigo por arrogancia también aparece como un tema en la Biblia:
    La hibris en la actualidad
    Las consecuencias negativas modernas de las acciones provocadas por la hibris parecen estar asociadas a una falta de conocimiento, interés y estudio de la historia, combinada con un exceso de confianza y una carencia de humildad.
    Hibris es a menudo aplicado como término peyorativo en política. Como la hibris está relacionada con el poder, suele ser usado por personas relacionadas con partidos políticos de la oposición contra aquellos que ostentan el poder.
    El historiador británico Arnold J. Toynbee, en su voluminoso Estudio de la Historia, utiliza el concepto de hibris para explicar una posible causa del colapso de las civilizaciones, como variante activa de la némesis de la creatividad.
    Se ha sugerido que la hibris es una de las tres cualidades de los programadores de éxito, según Larry Wall. Sería «la cualidad que te hace escribir (y mantener) programas sobre los que otra gente no querrá hablar mal». Las otras dos cualidades serían la pereza y la impaciencia.
     
    Nadie está libre de que el veneno del hubris corra por su sangre!!!
    A no perder-se de vista... Mané

    De no creer Lindo Fiasco el del cacerolazo

    Tengo una sola duda con el 8-N: no sé si calificarlo de fracaso o ir más allá y hablar de desastre. Hubo un millón de personas, lo cual quiere decir que 39 millones le dieron la espalda a la protesta. Tranqui, Cris: vamos muy bien.
    Esta vez la cosa no nos agarró desprevenidos y el operativo anticacerolazo funcionó a las mil maravillas. Fue una gran idea que nuestras principales espadas para convencer a la gente de no sumarse al reclamo hayan sido Aníbal, D'Elía y Hebe, tan creíbles ellos, tan queribles, tan irreprochables en su reputación e imagen.
    En estos momentos de gloria no debemos olvidarnos tampoco del extraordinario servicio prestado por tanta gente y tantos medios. Al tipo que en Tiempo Argentino tituló el mismo jueves, a todo lo ancho de la página, que "el golpe de calor tiene una mortalidad del 70%" hay que darle algún premio a la astucia. Igual al genio de C5N que resumió el avance de multitudes por la 9 de Julio con la siguiente leyenda al pie de la pantalla: "Caos de tránsito". Pienso que picardías como ésas, surgidas del ingenio nacional y popular, contribuyeron a que todo concluyera en lo que fue: un verdadero fiasco.
    Y sé de lo que hablo porque yo estuve allí. En mi condición de trabajador de las letras y pensador posmoderno, fui comisionado por Unidos y Organizados para recorrer la ciudad y el conurbano durante la protesta, hablar con la gente, tomar apuntes y recoger después mis impresiones en un informe, del que aquí sólo adelantaré algunos párrafos. Eso sí, los más jugosos.
    Por cierto, fue una tarea grata. En todos lados me encontré con compañeros de la AFIP, de la SIDE, de La Cámpora, desarrollando con gran abnegación (hay que meterse en medio de esas turbamultas fachistoides) su trabajo de espiar, fotografiar, filmar. Viático reforzado aparte, lo hicimos como servicio a la causa y por amor a la camiseta.
    ¿Qué me llamó la atención de las concentraciones? Muchas cosas. Los tipos estaban bien organizados: nunca pude ver dónde metieron los ómnibus que usaron para traer a la gente de las estancias, countries y barrios cerrados. Tampoco vi reparto de choris y Cocas, lo cual me hizo pensar que les dieron de comer en los bondis. Además, esta vez, a diferencia del 13-S, lograron reclutar (no quiero pensar la plata que habrán gastado) mucha gente sencilla, empleados, obreros. Es decir, ¡consiguieron pueblo! ¿De dónde lo habrán sacado estos cretinos? En algunos casos era obvio que habían ofrecido combos, porque se veía a familias enteras.
    También fue una maravilla el operativo de rotación de manifestantes entre los distintos barrios de la Capital, para dar la idea de que eran muchísimos y que estaban en todos lados. Seguramente han juntado gente en las provincias con una promesa tentadora: "Conozca en cuatro horas los 100 barrios porteños". Gracias a Dios me di cuenta de la maniobra, porque si no hubiese creído que media ciudad se había volcado a las calles.
    En otros aspectos la movilización fue pobrecita. Lo único que sabían cantar era el Himno, no había líderes ni discursos y todos repetían la misma cantinela: más seguridad, menos inflación, menos corrupción, libertad de prensa, independencia de la Justicia, no a la re-re. ¿No es sugestivo que se hayan visto tantas pancartas con idénticas consignas? Es evidente que se las repartieron y que la pobre gente las levantaba como por obligación. En el Obelisco, un cacerolero irreverente decía: "Presidenta, menos micrófono y más audífono". La señora estaba en Olivos: no creo que lo haya escuchado.
    Hablando de Olivos, chapeau a los organizadores. La verdad es que ahí juntaron una multitud. Mi sospecha es que los llevaron engañados, diciéndoles que si se portaban bien ella iba a salir y les iba a dirigir un discurso, quizás por cadena. Había que ver con qué entusiasmo cantaban y saltaban. Había que ver cómo el nombre de Cristina estaba en boca de todos. Me la imagino a la señora en la residencia, muriéndose de ganas de salir a abrazarlos. Me dicen que finalmente salió, pero con tanta mala suerte que ya no quedaba nadie. Eran las 5 de la mañana.
    Lo del interior del país creo que no fue relevante. Es sabido que en estas épocas de temperaturas insoportables la gente prefiere estar fuera de sus casas, en la vuelta al perro. Las únicas protestas que entiendo y justifico son la que hubo en el exterior, desde Estados Unidos hasta Azerbaiján. Eran argentinos indignados porque quieren pesos y no consiguen. Un vergonzoso cepo al revés: les ofrecen dólares.
    Para terminar, déjenme compartir las tres conclusiones que he sacado: 1) Evidentemente estamos ante una intentona golpista: he visto a mucha gente golpeando cacerolas. 2) El 8-N asistimos a un espantoso experimento de ingeniería social: los organizadores mezclaron personas de todo el país, de todas las edades y de todos las clases sociales, les hicieron memorizar consignas y les infundieron altas dosis de inconformismo, y ahora nos quieren hacer creer que la Argentina ha sufrido un dramático vuelco y que los opositores son mayoría. 3) Por lo que pude oír en las calles, muchos ya están pensando en la próxima convocatoria; hablan de una protesta de tal magnitud que reducirá la de anteayer a una insignificante marchita.
    Un comentario al margen, destinado a mis compañeros de militancia e influido por la ola de calor: esto es un infierno..
    Por Carlos M. Reymundo Roberts
    LA NACION twitter @Crroberts
     
    Buenisimooooooo como siempre Carlos no hay nada mejor que construir palabra con contenido de la realidad y tu modo es genial!
     

    jueves, 8 de noviembre de 2012

    8 N SIN ODIOS NI RENCORES EN LIBERTAD



    “La primera noche, ellos se acercan y toman una flor de nuestro jardín. No decimos nada. La segunda noche ya no se esconden, pisan las flores, matan a nuestro perro y no decimos nada. Hasta que un día, el más frágil de ellos, entra sólo a nuestra casa, nos roba la luna, y conociendo nuestro miedo, nos arranca la voz de la garganta. Y porque no dijimos nada, ya no podemos decir nada”.Maiakovski

    NO VAMOS POR TODO COMO ES EL RELATO K.
    SOLO LO HACEMOS POR LA PATRIA Y LA REPÚBLICA

    SIN ODIOS NI RENCORES
    CON PALABRA LLENA DE CONTENIDO
    EN LIBERTAD Y SIN MIEDOS

    MANÉ

    El sexo -

      Escribía César Pavese que " si el sexo no fuese la cosa más importante de la vida, El Génesis no empezaría por ahí. Adán reconociendo...