sábado, 10 de noviembre de 2012

De no creer Lindo Fiasco el del cacerolazo

Tengo una sola duda con el 8-N: no sé si calificarlo de fracaso o ir más allá y hablar de desastre. Hubo un millón de personas, lo cual quiere decir que 39 millones le dieron la espalda a la protesta. Tranqui, Cris: vamos muy bien.
Esta vez la cosa no nos agarró desprevenidos y el operativo anticacerolazo funcionó a las mil maravillas. Fue una gran idea que nuestras principales espadas para convencer a la gente de no sumarse al reclamo hayan sido Aníbal, D'Elía y Hebe, tan creíbles ellos, tan queribles, tan irreprochables en su reputación e imagen.
En estos momentos de gloria no debemos olvidarnos tampoco del extraordinario servicio prestado por tanta gente y tantos medios. Al tipo que en Tiempo Argentino tituló el mismo jueves, a todo lo ancho de la página, que "el golpe de calor tiene una mortalidad del 70%" hay que darle algún premio a la astucia. Igual al genio de C5N que resumió el avance de multitudes por la 9 de Julio con la siguiente leyenda al pie de la pantalla: "Caos de tránsito". Pienso que picardías como ésas, surgidas del ingenio nacional y popular, contribuyeron a que todo concluyera en lo que fue: un verdadero fiasco.
Y sé de lo que hablo porque yo estuve allí. En mi condición de trabajador de las letras y pensador posmoderno, fui comisionado por Unidos y Organizados para recorrer la ciudad y el conurbano durante la protesta, hablar con la gente, tomar apuntes y recoger después mis impresiones en un informe, del que aquí sólo adelantaré algunos párrafos. Eso sí, los más jugosos.
Por cierto, fue una tarea grata. En todos lados me encontré con compañeros de la AFIP, de la SIDE, de La Cámpora, desarrollando con gran abnegación (hay que meterse en medio de esas turbamultas fachistoides) su trabajo de espiar, fotografiar, filmar. Viático reforzado aparte, lo hicimos como servicio a la causa y por amor a la camiseta.
¿Qué me llamó la atención de las concentraciones? Muchas cosas. Los tipos estaban bien organizados: nunca pude ver dónde metieron los ómnibus que usaron para traer a la gente de las estancias, countries y barrios cerrados. Tampoco vi reparto de choris y Cocas, lo cual me hizo pensar que les dieron de comer en los bondis. Además, esta vez, a diferencia del 13-S, lograron reclutar (no quiero pensar la plata que habrán gastado) mucha gente sencilla, empleados, obreros. Es decir, ¡consiguieron pueblo! ¿De dónde lo habrán sacado estos cretinos? En algunos casos era obvio que habían ofrecido combos, porque se veía a familias enteras.
También fue una maravilla el operativo de rotación de manifestantes entre los distintos barrios de la Capital, para dar la idea de que eran muchísimos y que estaban en todos lados. Seguramente han juntado gente en las provincias con una promesa tentadora: "Conozca en cuatro horas los 100 barrios porteños". Gracias a Dios me di cuenta de la maniobra, porque si no hubiese creído que media ciudad se había volcado a las calles.
En otros aspectos la movilización fue pobrecita. Lo único que sabían cantar era el Himno, no había líderes ni discursos y todos repetían la misma cantinela: más seguridad, menos inflación, menos corrupción, libertad de prensa, independencia de la Justicia, no a la re-re. ¿No es sugestivo que se hayan visto tantas pancartas con idénticas consignas? Es evidente que se las repartieron y que la pobre gente las levantaba como por obligación. En el Obelisco, un cacerolero irreverente decía: "Presidenta, menos micrófono y más audífono". La señora estaba en Olivos: no creo que lo haya escuchado.
Hablando de Olivos, chapeau a los organizadores. La verdad es que ahí juntaron una multitud. Mi sospecha es que los llevaron engañados, diciéndoles que si se portaban bien ella iba a salir y les iba a dirigir un discurso, quizás por cadena. Había que ver con qué entusiasmo cantaban y saltaban. Había que ver cómo el nombre de Cristina estaba en boca de todos. Me la imagino a la señora en la residencia, muriéndose de ganas de salir a abrazarlos. Me dicen que finalmente salió, pero con tanta mala suerte que ya no quedaba nadie. Eran las 5 de la mañana.
Lo del interior del país creo que no fue relevante. Es sabido que en estas épocas de temperaturas insoportables la gente prefiere estar fuera de sus casas, en la vuelta al perro. Las únicas protestas que entiendo y justifico son la que hubo en el exterior, desde Estados Unidos hasta Azerbaiján. Eran argentinos indignados porque quieren pesos y no consiguen. Un vergonzoso cepo al revés: les ofrecen dólares.
Para terminar, déjenme compartir las tres conclusiones que he sacado: 1) Evidentemente estamos ante una intentona golpista: he visto a mucha gente golpeando cacerolas. 2) El 8-N asistimos a un espantoso experimento de ingeniería social: los organizadores mezclaron personas de todo el país, de todas las edades y de todos las clases sociales, les hicieron memorizar consignas y les infundieron altas dosis de inconformismo, y ahora nos quieren hacer creer que la Argentina ha sufrido un dramático vuelco y que los opositores son mayoría. 3) Por lo que pude oír en las calles, muchos ya están pensando en la próxima convocatoria; hablan de una protesta de tal magnitud que reducirá la de anteayer a una insignificante marchita.
Un comentario al margen, destinado a mis compañeros de militancia e influido por la ola de calor: esto es un infierno..
Por Carlos M. Reymundo Roberts
LA NACION twitter @Crroberts
 
Buenisimooooooo como siempre Carlos no hay nada mejor que construir palabra con contenido de la realidad y tu modo es genial!
 

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