sábado, 2 de abril de 2016

Toda guerra es una derrota



Ingenua o maliciosamente (opto por el primer adverbio ya que la mente militar no es compleja) se han confundido cosas distintas. Una es el derecho de un Estado sobre tal o cual territorio; otra, la invasion de ese territorio. La primera es de orden jurídico; la segunda es un hecho fisico. 
Se ha invocado el derecho internacional para justificar un acto que es contrario a todo derecho. 
Esa transparente falacia, que no llega a ser un sofisma, tiene la culpa de la muerte de un indefinido número de hombres, que fueron enviados a morir o, lo que sin dudas es peor, a matar.
No es menos raro el hecho de que se hable siempre del territorio y no de los habitantes, como si la nieve y la arena fueran mas reales que los seres humanos. Los isleños no fueron interrogados, no lo fueron tampoco veintitantos millones de argentinos. He señalado ya esas cosas. Ahora las repito para no ser tildado de mal patriota. Al cabo de los años, al cabo de los demasiados años, me defino, hoy, como un pacifista. Ilustremente me acompañan Ruskin, Gandhi, Bertrand Russell, Romain Rolland, Luther King, Hammarskjöld y, anterior a todos los otros, nuestro Alberdi. Pienso, como él, que le guerra es un crimen, que toda guerra es una derrota. Las generaciones del porvenir sentiran asombro al saber que el siglo veinte toleraba la fabricación y la venta de armas, es decir, de herramientas del homicidio. Son múltiples los males que nos abruman: la ruina económica, la desocupación, el hambre, la demagógica anarquía, la violencia, el insensato nacionalismo y la casi general ausencia de la ética. 
El más grave es el último. Dicto estas líneas con tristeza. No puedo proponer una solución. Si me ofrecieran la suma del poder público la rechazaría enseguida. 

Jorge Luis Borges | Clarín, Carta de Lectores, septiembre 24 de 1982.

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