viernes, 11 de noviembre de 2011

La ilusión de necesidad


La primera ilusión es: EXISTE LA NECESIDAD
Ésta no es sólo la primera ilusión, sino la más grande. En ella se ba­san todas las demás.
Todo lo que experimentas en la vida, todo lo que sientes momento a momento, está arraigado en esta idea y en los pensamientos que te inspira.
En el Universo, la necesidad no existe. Uno necesita algo sólo si exige un resultado preciso. El Universo no exige un resultado concreto. El Universo es el resultado.
Asimismo, la necesidad no existe en la mente de Dios. Dios sólo ne­cesitaría de algo si exigiera un resultado preciso. Dios no exige ningún resultado concreto. Dios produce todos los resultados.
Si Dios necesitara algo para producir un resultado, ¿dónde lo obtendría? Nada existe fuera de Dios. Dios es Todo lo que Es, Todo lo que Fue y Todo lo que Será. No existe nada que no sea Dios.
Quizá comprendas mejor esta idea si usas la palabra "Vida" en lugar de "Dios".
Las dos palabras son sinónimos, de modo que no alterarás el significado, simplemente aumentará tu comprensión.
Todo lo que existe es Vida. Si la Vida necesitara algo para producir un resultado, ¿en dónde lo obtendría?
Nada existe fuera de la Vida. La Vida es Todo lo que Es, Todo lo que Fue y Todo lo que Será.
Dios no necesita que ocurra nada excepto lo que ocurre.
La Vida no necesita que ocurra nada excepto lo que ocurre.
El Universo no necesita que ocurra nada excepto lo que ocurre. Así son las cosas.
Así son, no como las has imaginado.
En tu imaginación creaste la idea de necesidad a partir de la expe­riencia de que necesitas cosas para sobrevivir. Ahora bien: supón que no te importara vivir o morir. Entonces, ¿qué necesitarías? Nada.
Supón que fuera imposible que lo vivieras. Entonces, ¿qué necesitarías? Nada.
De modo que ésta es la verdad acerca de ti: es imposible que no sobre­vivas. No puedes evitar vivir. No se trata de si sobrevivirás, sino de cómo.
En otras palabras, ¿qué forma adoptarás? ¿Cuál será tu experiencia?


Afirmo: No necesitas nada para sobrevivir. Tu supervivencia está ga­rantizada. Te concedí vida eterna y nunca te la quité.


Al escuchar esto, quizá digas: está bien, pero la supervivencia es una cosa y la felicidad es otra.
Quizá imagines que necesitas algo para poder sobrevivir con alegría, que sólo puedes ser feliz en ciertas circunstancias. Esto no es verdad, pero has creído que es verdad.
Y puesto que la creen­cia produce la experiencia, has experimentado la vida de esta manera y has imaginado un Dios que también debe experimentar la Vida de la misma manera.
No obstante, esto es tan falso en el caso de Dios como lo es para ti. La única diferencia es que Dios lo sabe.
Cuando lo comprendas, serás como Dios. Habrás dominado el arte de la vida y tu realidad entera cambiará.
Ahora te revelaré este gran secreto:
La felicidad no es producto de deter­minadas condiciones. Ciertas condiciones son producto de la felicidad.
Es una declaración tan importante que merece repetirse.
La felicidad no es producto de determinadas condiciones. Ciertas condi­ciones son producto de la felicidad.
Esta declaración también se aplica a los demás estados del ser.
El amor no es producto de determinadas condiciones. Ciertas condiciones son producto del amor.
La compasión no es producto de deterninadas condiciones. Ciertas con­diciones son producto de la compasión.
La abundancia no es producto de determinadas condiciones. Ciertas con­diciones son producto de la abundancia.


Sustituye cualquier estado del ser que puedas imaginar o inventar. La verdad seguirá siendo que el estado del Ser precede a la experiencia y la produce.
Como no lo has comprendido, has imaginado que deben ocurrir ciertas cosas para que puedas ser feliz, y también has imaginado un Dios a quien se aplica la misma regla.
Sin embargo, si Dios es la "Primera Causa", ¿podría ocurrir algo que Dios no hubiera causado primero? Y si Dios es todopoderoso, ¿qué po­dría ocurrir sin que Dios lo decidiera?
Es posible que ocurra algo que Dios no pueda detener? ¿Y si Dios no lo detiene, no es algo que Dios decide?
Por supuesto que sí.
Sin embargo, ¿por qué habría de elegir Dios que sucedan cosas que lo hicieran infeliz? La respuesta es una que no puedes aceptar.
Nada hace infeliz a Dios.
No puedes creerlo porque, para ello, tendrías que creer en un Dios sin necesidades ni juicio y no puedes imaginar a un Dios así.
La razón por la que no puedes imaginar a un Dios así es que no puedes imaginar una persona así.
No crees que tú puedas vivir de esa manera y no puedes imaginar a un Dios más grande que tú.
Cuando por fin logres comprender que sí puedes vivir de esta mane­ra, entonces sabrás todo lo que necesitas saber acerca de Dios.
Sabrás que tu segunda afirmación fue la correcta. Dios no es más grande que tú. ¿Cómo podría serlo? Pues Dios es Lo que Eres tú y tú eres Lo que Es Dios.
Sin embargo, tú eres más grande de lo que crees.
Los Maestros lo saben. En este momento, hay en el planeta Maestros que lo saben. Aunque estos Maestros provengan de muchas tradiciones, religiones y culturas, todos tienen algo en común.
Nada hace infelices a los Maestros.
En los albores de tu primitiva cultura había muy pocos Maestros. El único deseo de la mayoría de las personas era evitar la infelicidad o el dolor.
Su conciencia era demasiado limitada para que pudieran com­prender que el dolor no producía infelicidad, de modo que su estrategia para la vida se basaba en lo que posteriormente se describió como el Principio del Placer.
Se dirigían hacia lo que les brindaba placer y se ale­jaban de lo que les privaba del placer (o les causaba dolor).
Así, pues, nació la primera ilusión, la idea de que existe la necesidad.
Fue lo que podríamos llamar el primer error.
La necesidad no existe. Es ficción. En realidad, no necesitas nada pa­ra ser feliz. La felicidad es un estado mental.
Los primeros individuos no podían comprenderlo. Y puesto que sen­tían que necesitaban ciertas cosas para ser felices, supusieron que lo mismo se aplicaba a todos los aspectos de la Vida. Supusieron además aquella parte de la Vida que identificaron como un Poder Superior, un poder que generaciones sucesivas han conceptualizado como un ser vi­vo que tiene toda una variedad de nombres, entre ellos Alá, Yahvé, Jeho­vá y Dios.


Para los primeros seres humanos no era difícil concebir un poder su­perior a sí mismos.
De hecho, les resultaba necesario. Necesitaban una explicación de todas las cosas que ocurrían sin que pudieran controlarlas.
Su error no fue suponer que había un Dios (el poder combinado y la energía combinada de Todo lo que Es), sino suponer que este Poder Absoluto y esta Energía Total pudiera necesitar de algo; que, de alguna manera, Dios depende de algo o de alguien para ser feliz o sentirse satis­fecho, completo o realizado.
Era tanto como afirmar que la Plenitud no estaba completa, sino que necesitaba de algo para volverse plena. Era una contradicción, pero no podían verlo.
En la actualidad, todavía muchos no lo pueden entender.
A partir de esta creación de un Dios dependiente, las personas ela­boraron una historia cultural en la que Dios concibe un plan. En otras palabras, Dios quiere y necesita que ocurran ciertas cosas, y de deter­minadas maneras para que Él sea feliz.
Las personas han reducido esta historia cultural a un mito que se ha cristalizado como: Hágase, Señor, Tu voluntad.
Su idea de que Yo tenía una voluntad los forzó entonces a imaginar cuál era Mi voluntad.
Pronto descubrieron que, entre los de su especie, no existía un consenso universal al respecto.
Y, si no todos sabían o coin­cidían en cuál era la voluntad de Dios, no era posible que todos estuvie­ran cumpliendo la voluntad de Dios.
Los más ingeniosos usaron este razonamiento para explicar por qué las vidas de algunas personas parecían mejores que las de otras. Pero en­tonces surgió una nueva pregunta: ¿Cómo era posible que no se hiciera la voluntad de Dios, si Dios era Dios?
Era evidente que había un defecto en aquella primera ilusión. Esto les debía haber revelado que la idea de necesidad era falsa. Pero ustedes sabían, en un nivel muy profundo, que no podían abandonar la ilusión o algo muy importante llegaría a su fin.
Tenían razón. Pero cometieron un error. En lugar de percibir la ilu­sión como tal y usada para el fin que pretendía, pensaron que debían co­rregir su defecto.
Con el fin de corregir el defecto de la primera ilusión crearon
 la se­gunda: LA ILUSION DEL FRACASO

Comunión con Dios.
Neale Donald Walsch

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